lunes, 2 de julio de 2012

Austeridad frente a osadía

Esta es la eterna disyuntiva ante la que se encuentran muchos empresarios hoy en día. En el momento actual, tomar la decisión correcta es todo un ejercicio de pirueta empresarial, pero hay decisiones que nos llevan hacia el fondo del pozo, aunque parezca que, a corto plazo, sean la solución.

Ante la caída de la facturación en el negocio, nos encontramos con decisiones de austeridad que suelen llevar implícitas errores fundamentales, que no deberíamos cometer, a saber:

-          Despido de personal cualificado capaz de aportar soluciones de futuro y/o dejar la
         plantilla tan diezmada que se resienta toda la empresa.

-          Eliminación de costes sin analizar alternativas y consecuencias que se derivan de
         ello.

-          Suspender inversiones vitales para la viabilidad de la empresa a medio-largo
         plazo.

Si recurrimos a los despedidos indiscriminados, a la reducción de personal como salida más fácil, estaremos cavando nuestra propia tumba. Toda reducción debería llevar implícito un análisis profundo que nos permita ver cuales de nuestros colaboradores son imprescindibles por la bajada de actividad y, lo más importante, como rediseñar la nueva estructura de personal para afrontar con éxito el trabajo que debe realizarse.

En muchos casos vemos como se despide a personal base y mandos intermedios, mientras se mantiene “intocable” la cúpula directiva. Esto no es pensar en la empresa, es tomar decisiones para salvaguardar a la dirección, que es diferente.

Es algo habitual escuchar decisiones del tipo “se acabaron las llamadas de móvil, todos a reciclar papel, coches de empresa fuera, que los comerciales cojan el transporte público, se acabó el mantenimiento de la climatización, etc”

Reducir costes no es malo, lo que resulta erróneo es hacerlo sin reflexionar sobre las partidas y las consecuencias del ahorro. En muchos casos, el beneficio de esa reducción es tan insignificante y supone tal perjuicio para la empresa, que mejor no haber hecho nada.

Vemos como se dice “no” a un proyecto que podría suponer el revulsivo necesario para la empresa, simplemente porque supone una inversión grande y el miedo a la incertidumbre puede más que el beneficio futuro. Así empiezan muchas empresas a escribir “la crónica de una muerte anunciada”.

Sin embargo, hay otros empresarios que prefieren apelar a la osadía, apostar por el futuro, por el crecimiento, por la innovación y no aferrarse a las decisiones de austeridad. Cambios en el modelo productivo, apertura de nuevos canales de venta, internacionalización de la compañía, colaboración con otras empresas.

Todas estas medidas requieren de imaginación y atrevimiento, pero ¿no es eso lo que se le pide a un emprendedor? Pues es hora de demostrarlo, de hacer ver que uno es un emprendedor desde que empieza la aventura hasta que acaba, sin obsesionarse con la reducción de costes, que aunque pueda ser necesaria, debe ser reflexiva y efectiva.

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