Esta es la
eterna disyuntiva ante la que se encuentran muchos empresarios hoy en día. En
el momento actual, tomar la decisión correcta es todo un ejercicio de pirueta
empresarial, pero hay decisiones que nos llevan hacia el fondo del pozo, aunque parezca que, a corto plazo, sean la
solución.
Ante la
caída de la facturación en el negocio, nos encontramos con decisiones de austeridad que suelen llevar implícitas
errores fundamentales, que no
deberíamos cometer, a saber:
-
Despido
de personal cualificado capaz de aportar soluciones de futuro y/o dejar la
plantilla tan diezmada que se resienta toda la empresa.
-
Eliminación
de costes sin analizar alternativas y consecuencias que se derivan de
ello.
-
Suspender
inversiones vitales para la viabilidad de la empresa a medio-largo
plazo.
Si
recurrimos a los despedidos indiscriminados, a la reducción de personal como
salida más fácil, estaremos cavando nuestra propia tumba. Toda reducción
debería llevar implícito un análisis
profundo que nos permita ver cuales de nuestros colaboradores son
imprescindibles por la bajada de actividad y, lo más importante, como rediseñar
la nueva estructura de personal para afrontar con éxito el trabajo que debe
realizarse.
En muchos
casos vemos como se despide a personal base y mandos intermedios, mientras se
mantiene “intocable” la cúpula
directiva. Esto no es pensar en la empresa, es tomar decisiones para
salvaguardar a la dirección, que es diferente.
Es algo
habitual escuchar decisiones del tipo “se
acabaron las llamadas de móvil, todos a reciclar papel, coches de empresa
fuera, que los comerciales cojan el transporte público, se acabó el
mantenimiento de la climatización, etc”
Reducir
costes no es malo, lo que resulta erróneo es hacerlo sin reflexionar sobre las
partidas y las consecuencias del ahorro. En muchos casos, el beneficio de esa
reducción es tan insignificante y supone tal perjuicio para la empresa, que
mejor no haber hecho nada.
Vemos como
se dice “no” a un proyecto que
podría suponer el revulsivo necesario
para la empresa, simplemente porque supone una inversión grande y el miedo a la
incertidumbre puede más que el beneficio futuro. Así empiezan muchas empresas a
escribir “la crónica de una muerte
anunciada”.
Sin
embargo, hay otros empresarios que prefieren apelar a la osadía, apostar por el futuro, por el crecimiento, por la
innovación y no aferrarse a las decisiones de austeridad. Cambios en el modelo
productivo, apertura de nuevos canales de venta, internacionalización de la
compañía, colaboración con otras empresas.
Todas estas medidas requieren de imaginación y atrevimiento, pero ¿no es eso lo que se le pide a un emprendedor? Pues es hora de demostrarlo, de hacer ver que uno es un emprendedor desde que empieza la aventura hasta que acaba, sin obsesionarse con la reducción de costes, que aunque pueda ser necesaria, debe ser reflexiva y efectiva.